En total participaron 87 chicos a los que previamente se les preguntó cuánto les gustaban los pimientos verdes, los tomates, la quinoa y las lentejas, representando con estos ejemplos a diferentes grupos alimenticios.
Con este resultado, a cada uno de los niños se le fue ofreciendo dos de los alimentos menos elegidos, dos veces por semana.
En el trascurso de las seis semanas que duró la experiencia, acompañaron cada una de estas comidas con frases estimulantes según la edad, acerca de las propiedades de ese alimento que habían marcado con menor preferencia o directamente, cómo que no les gustaba.
El alimento que sí habían marcado como preferido, lo servían directamente sin ningún preámbulo.
“Todo niño quiere ser el más grande, el más rápido, el que salta más alto”
Las frases que acompañaban los alimentos saludables, tenían que ver con las ventajas de consumirlo.
“Todo niño quiere ser el más grande, el más rápido, el que salta más alto”, asegura Jane Lanigan, profesora asociada en el Departamento de Desarrollo Humano de la Universidad de Washington y autora principal del estudio.
Los investigadores fueron midiendo cuánto comían los niños en tres ocasiones: antes de la prueba, después de la prueba y un mes después de que terminara el estudio.
La prueba posterior inmediata no mostró ningún resultado, probablemente porque los niños “se cansaron de comer los mismos alimentos”, señaló la investigadora.
Sin embargo, un mes después de la experiencia los niños comieron el doble de cada comida que se acompañaba con frases positivas en comparación con la comida sin mensaje previo.
Las frases del tipo “si comés lentejas vas a correr más rápido” o “con este yogur vas a crecer más”, hicieron que la comida sea más atractiva para los niños a la hora de comerla, afirmó Lanigan.